Un poco de economía: los precios del combustible y las materias primas.

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Llevamos meses muy difíciles desde un punto de vista económico, tanto para las personas como para las empresas. Hemos observado una escalada de precios sin precedentes en los últimos años, la cual nos ha hecho un agujero en nuestro bolsillo. Pero, ¿por qué han subido tanto los precios de todo?

Si partimos de la situación económica de 2019 y la entendemos como normal, los dos años de restricciones por la Pandemia de Covid-19 consiguieron acabar con esa normalidad. Lo que vino después de marzo de 2020 ha sido un bache tras otro.

Ante el parón total de la economía, del consumo tanto de productos físicos como de servicios, los grandes entes económicos del mundo lanzaron una campaña de estímulos financieros de proporciones enorme. Estos entes, que vienen a ser el Banco Central Europeo o la Reserva Federal de Estados Unidos, además de los gobiernos de los países más importantes del mundo, inyectaron dinero en empresas, planes de inversión pública, incluso en ciudadanos normales y corrientes, con el fin de «resucitar» la maltrecha economía mundial.

La idea funcionó, de hecho, el consumo aumentó a niveles pre pandémicos, la gente volvió a viajar por turismo, se iniciaron grandes proyectos urbanísticos e incluso muchos particulares se aventuraron con proyectos que ahora podían hacer gracias al ahorro durante los años de pandemia.

Todo parecía ir bien, hasta que nos dimos cuenta que el sistema presentaba grandes «cuellos de botella», es decir, la demanda de materias primas por ejemplo, era mucho mayor a la oferta disponible.

Primero vimos como el hierro o la madera subía, luego la luz, por último los combustibles y por descontado, también los alimentos. Todo es ahora mismo más caro que hace unos pocos meses. Nosotros en FORMAC, S.A. vamos a hablar del porqué de estas subidas y como nos han afectado, además de las previsiones que esperamos y hacía donde va la economía nacional y mundial.

Nos vamos a centrar en el combustible, algo que nos afecta de primera mano por el encarecimiento de los transportes de nuestros prefabricados de hormigón y del traslado de materias primas a nuestra fábrica.

En 2020, cuando empezó la pandemia el consumo de diésel y gasolina cayó a mínimos históricos, nadie se trasladaba, solamente los transportistas y vehículos esenciales (ambulancias por ejemplo). Al caer el consumo, la producción de barriles de petróleo para su refinado bajó considerablemente para que los precios no se desplomasen más aun.

Con el fin de las restricciones, se produjo una explosión de consumo, ante lo cual los países productores de petróleo tardaron en responder. Sin embargo, el cuello de botella no está en la producción de petróleo, si no en la capacidad de refinado de ese petróleo para fabricar combustibles. ¿Qué significa esto?

Dos años son una eternidad para algunas cosas, muchas empresas quiebran o cambian sus líneas de producción en cuestión de meses. Este el caso de las refinerías, que durante dos años cerraron por la baja rentabilidad de su producción o porque simplemente estaban obsoletas y sus propietarios decidieron no continuar con un negocio. Negocio que requiere de grandes inversiones para mejorar su eficiencia, inversiones que ya son imposibles de recuperar por la muerte anunciada de los combustibles fósiles, tan repetido por todos los gobiernos del primer mundo, «cómprense un coche eléctrico».

Es decir, en 2022 tenemos menos capacidad de refinar petróleo que en 2019 pero tenemos la misma demanda de combustible o más que en 2019. Es inevitable que los precios suban cuando la demanda es superior a la oferta.

Por si esto no fuera poco, Vladimir Putin, presidente del tercer país productor de petróleo mundial, decide invadir a su vecino del oeste y la cosa se complica aún más si cabe. Las sanciones impuestas por los miembros de la OTAN y de la Unión Europea ha dinamitado el techo de los precios del combustible, alcanzado valores nunca vistos en la historia reciente.

A todo esto, por si no fuese poco, se le ha unido un gran problema que ha pasado desapercibido hasta estos últimos días, en los que los telediarios se han hecho eco. El euro, nuestra moneda, se encuentra en su valor más bajo frente al dólar desde 2002, el día 6 de julio, 1 euro era solamente 1,02 dólares. Esto no supondría un gran problema de no ser porque los barriles de petróleo se compran en dólares. Por eso en 2008, con un euro que rondaba los 1,50 dólares, a pesar de la crisis económica global, el combustible estaba un euro más barato que ahora mismo.

Ahora bien, qué está pasando actualmente. Si ya de por si el futuro era incierto, ahora lo es más aun. Ante un IPC (Índice de Precios al Consumo) por las nubes, cuyos valores alcanzan cotas que no veíamos desde los años ochenta, los grandes entes financieros mundiales han decidido que ya es hora de retirar su política de estímulos económicos.

Suenan las alarmas de una posible recesión, los mercados mayoristas de materias primas empiezan a ver como los precios de estas bajan de forma acelerada por miedo una parada brusca de consumo. Si vemos un escenario de decrecimiento económico depende de las futuras medidas que tomen organismos como el Banco Central Europeo, como la próxima subida de los tipos de interés que está prevista en julio.

En resumidas cuentas, es un mal momento para ser consumidor y para ser gobernante de un país, ni hablamos si eres una empresa. Permanecemos a la expectativa.

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